Estaba yo en el sofá de mi casa durmiéndome los animales de la 2, que es lo que hago todos los días, si las circunstancias me lo permiten y la conjunción planetaria está favorable, cuando de repente y en un momento de clarividencia en la frontera entre este mundo y el de los dormidos, y justo en el lapsus en que un bonogo macho del río Congo despiojaba a su cría, me vino a la cabeza un recuerdo de infancia. He llegado a pensar que debido a algún mecanismo de transmisión neuronal , la visión del bonogo llegada a mi cerebro, conectó con mi pasado de mono a través de los siglos, o lo que es lo mismo, freudianamente hablando: sufrí una regresión. Claro que al parecer, en el proceso de rebobinado, la cinta se me atascó en la infancia de esta vida de ahora, en la que como verán a continuación, también era frecuente la presencia de monos. Pero por favor, no dejen ustedes que me vaya más por las ramas.
Cuando yo tenía unos ocho años pasaban cosas muy divertidas a mi alrededor. Para los que no tuvieron la oportunidad de conocerme por aquellos entonces les diré que yo era una niña común de la transición española, con una timidez bastante enfermiza y el pelo como un jackson five, aunque este es un detalle que salvo el trauma que me acarreó no aporta nada a la historia. (Otro día, y tras una seria entrevista con mis padres, escribiré una entrada sobre las razones que tuvieron para cortarme el pelo como un jackson five. Sin mi pelo a lo jackon five yo no sería lo que soy ahora. Yo tuve que forjarme una personalidad en la vida por culpa de ese pelo)
En aquella época vivía en el mismo edificio mi amiga Henar, justo dos pisos más abajo y quiso la providencia que su habitación y la mía estuvieran alineadas y que nuestras ventanas coincidieran justo una debajo de la otra en el incomparable marco de un patio de luces. Nosotras como ya he dicho, éramos niñas de la transición y la tele de la época era una tele disyuntiva que sólo tenía dos canales; el canal 1 y el canal 2, también llamado: uve hache efe , la programación televisiva era escasa y se repetía: uno podía ver por ejemplo cuatro veces la misma película de tarzán en un año o tener memorizados los diálogos de media docena de pelis del oeste, a base de reposiciones, por lo que los niños del pasado, no sé si por desgracia o por suerte, teníamos que buscarnos entretenimientos caseros y por lo general bastante rupestres. El caso es que mi amiga Henar y yo ideamos un sistema mensajería instantánea desde mi ventana a la suya y viceversa que consistía en anclar un hilo o cordón del sexto al cuarto piso, en cuyo extremo había una pinza de la ropa y con la que dejábamos aprisionados nuestros mensajes.
Creo que es fácil imaginarse la emoción experimentada por un niño del pasado cuando al llegar del cole se lanza literalmente a la ventana de su habitación para tirar de la cuerdecilla y ve cómo una pinza de la ropa va subiendo a su encuentro con un paquetillo de papel más o menos gordo y un suculento mensaje esperando para ser leído.
Hay que decir que el contenido de los mensajes de ambas era bastante tonto, porque lo que en realidad nos molaba, era la parafernalia del invento y el hecho de que nuestra comunicación fluyera día y noche al margen de los adultos. Aquellos mensajes tontos que raramente servían para comunicar una cita con balón y goma en la calle, por lo general no contenían más de dos frases y solían ir acompañados de fotos de insultantes cromos de monos feísimos con los que nos buscábamos mutuamente los parecidos:
“Hola Sara. ¿Qué tal? eres más fea que este mandril siberiano"
“pues anda que tú, pareces este gorila de culo pelao"
No sé a quién se le ocurrió la idea de sacar una colección de cromos de monos feos pero a nosotras desde luego nos dio mucho juego.
Yo deseaba llegar a casa para tirar de la cuerdecilla y deseaba ser insultada con la cara de algún mono. Son cosas inexplicables de la infancia, qué quieren que les díga;el sentido de la dignidad de los niños y el de los adultos es distinto.
Nuestro invento que yo recuerde nos duró varios meses, durante los que se multiplicó el número de usuarios. Un montón de hermanas que vivían en el primero quisieron unirse a nuestra red de mensajería instantánea. La señora del quinto que veía lo bien que nos lo pasábamos y en vista de que nuestra pinza hacía uso de su espacio aéreo, nos invitó a aceptar a su niño en el juego bajo sutiles amenazas implícitas, así que en un momento dado en el patio de luces, además del cordaje horizontal decorado de sábanas y bragas, había toda una maraña vertical de lanas y pinzas de colores: del sexto al cuarto, del sexto al primero, del cuarto al primero, del quinto al cuarto y del quinto al sexto.
El juego necesariamente acabó mal; los insultos sobre monos se multiplicaron, los de los pisos intermedios no podían resistir la tentación de interceptar los mensajes que veían pasar delante de sus narices y las madres, que también interceptaban los mensajes y con mucho menos sentido del humor que nosotros acabaron muy ofendidas por los parecidos de monos dirigidos a sus hijos ;si mal no recuerdo, la cosa tocó fondo con un gorila albino con los morros en posición de silbar que resultó ser bastante parecido a su destinatario. La tensión ambiental de madre a madre fue en aumentó en los ascensores y entre todas conspiraron por el final de nuestros hilitos asesinos alegando una razón políticamente correcta: “el día menos pensado tenemos un disgusto"
“tener un disgusto”es uno de los eufemismos preferidos de las madres para referirse a la muerte por accidente de un hijo.
Unos años después, en plena adolescencia, con mi amiga Raquel que vivía una calle más allá y sobretodo con el objetivo de traficarnos informaciones secretas sobre algún chico que nos gustaba o cosa similar, ideamos el mensaje-ladrillo: otro paso más en la evolución de la mensajería instantánea, aunque en realidad de instantáneo tenía bastante poco. El mensaje-ladrillo: consistía, como su propio nombre indica en dejarse información escrita en papelitos que eran enrollados a modo de pergamino y metidos en el agujero de un ladrillo. Este ladrillo con su agujero estaba en alguna pared de un lugar de paso de ambas y era visitado al menos dos o tres veces al día. El mensaje-ladrillo tenía el inconveniente de que algunas veces el emisor había empujado demasiado el pergamino y para sacarlo, el receptor tenía que buscar un palito o si se atrevía intentar hurgar y hurgar con su propio dedo. Nuestro ladrillo-mensajero estaba en un solar de la calle Rioseco que por aquella época era un sitio inhóspito. Los únicos conocedores de la existencia del ladrillo-mensajero, además de Raquel y yo eran nuestra respectiva prole de hermanos pequeños, a los que solíamos llevar cada una a modo de sombra, pero que a veces se adelantaban para robar o cambiar nuestros mensajes, así que perfeccionamos aún más el asunto. El solar tenía una puerta cochambrosa de madera siempre abierta a la que nosotros pusimos un candado y luego por una cuestión puramente estética el agujero del ladrillo fue taponado por un corcho de botella. No pudimos evitar poner un toque de glamur.
Estas imágenes de mi infancia-adolescencia podrían ser el escenario de una peli de Guédiguian, pero son verdad de la buena. Sus protagonistas existen y pueden dar fe. Nuestro barrio era así; y los niños de los ochenta de mi barrio fuimos los precursosres directos del e-mail, le pese a quien le pese, sabíamos que internet tarde o temprano iba a llegar a nuestras vidas, reinventamos el planeta de los simios y creimos que las pinzas de la ropa eran palomas mensajeras. Entonces no se necesitaba mucho más.
Que hablen por favor los aludidos
Estas imágenes de mi infancia-adolescencia podrían ser el escenario de una peli de Guédiguian, pero son verdad de la buena. Sus protagonistas existen y pueden dar fe. Nuestro barrio era así; y los niños de los ochenta de mi barrio fuimos los precursosres directos del e-mail, le pese a quien le pese, sabíamos que internet tarde o temprano iba a llegar a nuestras vidas, reinventamos el planeta de los simios y creimos que las pinzas de la ropa eran palomas mensajeras. Entonces no se necesitaba mucho más.
Que hablen por favor los aludidos