sábado, 10 de abril de 2021

SOBRE LA ESCRITURA Y LA VERDAD (de cada uno)

Imagen de archivo del escritor Paco Umbral.

Me perdonarán ustedes el que hoy esté triste y no escriba cosas divertidas. Confío en la media docena de lectores amigos que entienden que una tiene derecho a la tristeza porque sí y a veces incluso hasta con motivos. Sólo he venido para dejarles unas palabras de Francisco Umbral que son de lo más inteligente y profundo sobre lo que implica para él (y también para mi) el proceso de escritura y de vida.

De la entrevista realizada a Umbral en "Los escritores" TVE en el año 1978 con la colaboración de Javier del Amo, Francisco Yndurain, Andrés Amorós, Catherine Basetti y José Luis Cuerda.

Si tienen algo mejor que hacer como ver la segunda temporada de alguna serie de Netflix, o consultar el Ibex 35, no pierdan más el tiempo.

 Javier del Amo: "¿La palabra escrita aparece en el escritor como una sustitución de la vida o es un complemento de la vida?"

Francisco Umbral: " Yo creo que la palabra escrita es una DESCODIFICACIÓN de la vida convencional, que nos dan hecha y un intento de ordenar la vida de nuevo de una forma más coherente con nosotros mismos, a partir de una experiencia de impostura, de sentir que se nos da la vida hecha, resuelta, codificada por la sociedad, por la familia, incluso por los genes. Entonces uno necesita poner en claro (o en oscuro) todo aquello: ordenarlo de nuevo, desordenarlo, darle un nuevo orden secreto mediante la escritura.

(...) Se trata de no aceptar las cosas tal y como nos las dan, de desmontarlas, de vivir su contenido directo y entonces dejar que el reino de la realidad pase de las cosas al lenguaje donde pueden ser ellas mismas.

(...) Crear es estar dando vuelta a las cosas, viviéndolas, expresándolas tal y como las llevamos dentro y no como nos dijeron que eran.

De modo que para mí, la escritura es la gran fiesta de la LIBERTAD y por lo tanto es un gozo.

(...) El yo social es el que "triunfa" o "fracasa". Esto no tiene ninguna importancia. Lo importante está en cómo vaya por dentro el yo personal o en que coincidan los dos yoes en algún momento y se produzca cuando menos un punto de VERDAD".






jueves, 18 de febrero de 2021

Cómo cargarse un examen de italiano en 7 pasos y además morir en el intento


Resultado de imagen de haciendo un examen mal

Siete pasos para cargarse un examen de italiano porque siete son los pecados capitales, porque había siete novias para siete hermanos y sobre todo porque siete son las vidas que tiene un gato:

1) Para empezar haga lo posible por no tener tiempo; coja su agenda empiece por la A y acabe por la Z y vaya quedando con todos sus contactos para tomar café. Quede con ellos aunque ellos no quieran, aunque ellos no lo sepan, usted quede, déjese plantar y espere sentado, espere mucho y vuelva a casa sin prisa, haciendo zig-zags o dando volteretas, y siempre por el camino más largo.

2) Haga como que estudia para tranquilizar su conciencia, a ser posible por la noche cuando esté muy cansado e intercale el pseudoestudio con visitas al facebook. Comente el estado de sus trescientos venticinco contactos.

3) Suele ocurrir que de repente le apetezca mucho escuchar todos los discos que tiene en otras lenguas: senegalés, riojano, francés, inglés y gorri-gorri. Hágalo y fustíguese mucho por ello. Después llame a sus amigos y familiares para comunicarles lo mal que se siente haciendo lo que no debe, aunque en el fondo usted se sienta bien y lo que de verdad le hace sentirse mal es no sentirse mal por ello. Con esta disgresión interior  se le quedarán los ojos en blanco durante un buen rato .Vamos por mal camino ¡qué bien!

4) Píntese las uñas de los pies y regocíjese en cada dedo pensando que es un tema de gramática menos que se sabe: cuando llegue al dedo gordo tenga en cuenta que vale por dos; por ejemplo, si el pequeño equivale a las preposiciones y el corazón al periodo ipotetico, el dedo gordo vale por toda la conjugación, incluyendo todos los verbos irregulares.

5) Recuérdese cada poco que el italiano es la lengua materna de engendros como Berlusconi

6) Ponga una foto de Berlusconi en la puerta de su frigo y repita tres veces mientras gira sobre sí mismo "quiero desaprender todo lo aprendido, el italiano no es la lengua de Dante, es la lengua de Berlusconi. Berlusconi vendía aspiradoras y ahora es el Primer Ministro. Berlusconi se injerta pelo y se da rayos uva. No quiero saber el idioma de un venditore di aspirapolvere que se injerta pelo.No quiero y no quiero. Om, Om, Om"

7) Ya está usted a punto de cargarse su examen de italiano. Quedan menos de venticuatro horas para su fracaso definitivo.Ahora atorméntese mucho pensando en el tiempo que lleva invertido en aburridísimas clases de italiano durante años para ahora tirarlo todo por la borda. Mírese al espejo: cuéntese los puntos negros de la nariz. Son horribles. Baje sin demora a por una mascarilla limpiadora facial. Usted mañana no puede fracasar con esos puntos negros, porque hasta para fracasar hay que tener dignidad y clase. Y la cara limpia.

miércoles, 17 de febrero de 2021

Caperucita pide traslado



Iba Caperucita por el bosque una mañana de noviembre, con su capa roja, su boina y su cestita dando saltos y cantando: "lara lara lita, soy Caperucita", cuando de repente, es asaltada por el lobo que poniendo una voz muy ronca y varonil le dijo:
- Hola Caracola, ¿dónde vas tan repeiná con esa cesta de mimbre pasada de moda y tu boina de requeté? ¿y desde cuándo eres monárquica, Adelaida?- pues así se llamaba la niña, aunque esto es un secreto que desvela el narrador -que soy yo- en exclusiva para los lectores.
- Pues, mira lobo, por una vez no voy a casa de mi abuela, sino a la Dirección Provincial del Cuento a entregar el concurso de traslados. Te noto audaz, lobo y tienes cara de bobo. Mira en la cesta, mira cuánto papeleo.
- Ay Caperucita, ¿no me digas que te vas del cuento?
- Estoy harta, lobo, de este bosque y de mi abuela que siempre está mala por necesidades del guión.Yo necesito un sitio emocionante, con nuevos peligros y un príncipe, que ya se me está pasando el arroz.
- Pues siento decirte que lo tienes muy negro, Caperucita roja: los cuentos de príncipes están muy solicitados y no te engañes, cambiar de cuento sólo significa huir de uno mismo.

viernes, 12 de abril de 2019

CUADERNO ÁTICO



Juan Manuel Macías
Ya está por fin en el aire el número 10 de Cuaderno Ático. En esta nueva entrega contamos con poemas y textos inéditos de Lorenzo Oliván, Álvaro ValverdeSara CaviedesJuan Andrés García RománBen ClarkMartín López-VegaEsther Muntañola, Ballerina Vargas Tinajero - María HidalgoLawrence SchimelEfi CuberoAgustín María García López, Rosario Bolaño Charo Bolaño Wilson y Yoandy Cabrera.
Traducciones de ocho poemas de Thodorís Saringuiolis, a cargo de Manuel González Manuel Gonzalez Rincon y dos poemas de Gabriele D’Annunzio, cuya versión firma Ángel Sobreviela.
En la parte gráfica, ilustraciones interiores de Esther Muntañola (que nos vuelve a regalar por otro número más la imagen de portada) y de Katherine C. Shaw.
La versión en PDF (navegable) se puede descargar este enlace:
Y, como siempre, en breves días estará disponible también la versión impresa, en los puntos de venta habituales.
Feliz primavera a todos nuestros lectores.

lunes, 6 de junio de 2016

El Cortauñas: una historia que me va a costar muy cara y que no puedes perderte



Antes de seguir, diré que esta noticia me puede costar la herencia. Voy a contar una historia verídica de los Caviedes, que nunca nadie se atrevió a desvelar. Esta historia secreta y vergonzante que llevo años callando por miedo a dejar el honor de la familia a la altura del betún, va a salir en estos momentos a la luz, y tú vas a ser uno de los primeros privilegiados en conocerla. Son muchos años de silencio, y la cotilla que llevo dentro no puede soportarlo más: el cortauñas de los Caviedes dejará de ser un misterio para la humanidad. No voy a pensar ahora en las consecuencias que puedan recaer  sobre mi persona porque me gusta el riesgo. Vivir sin riesgo no tiene emoción, qué quieres que te diga.
Mi padre, que es principalmente el protagonista de esta historia, tenía un cajón en su mesilla donde siempre guardaba todo lo que pillaba por ahí y que él considerara de primera necesidad. Su cajón era una especie de nido de urraca donde acababan siempre todos los bolígrafos y tijeras de la casa, todas las gomas de borrar, sacapuntas, compases y en general todo el  material de oficina, que por alguna razón psicofreudiana a él le parecía especialmente atractivo. El "urraquismo" de mi padre siempre ha sido patológico. Si por poner un ejemplo, estabas haciendo los deberes en el comedor y hacías una pausa para comer el bocadillo, cuando volvías, ya no había ni goma, ni lápiz ni compás, ni sacapuntas, ni deberes. En menos de cinco minutos, todo había acabado en su cajón. Este cajón además de cosas de oficina, contenía   sus propios pares de calcetines casados por la iglesia, sus calzoncillos blancos con aireación bilateral (los que había en España porque no había otros: en aquella época una ardilla podía cruzar la península saltando de un  calzoncillo blanco con aireación bilateral  a otro y subir con ellos al peñón de Gibraltar a saludar).
Pero volvamos al cajón de mi padre y sumemos a las mudas el material de ferretería que también era una de sus debilidades: algún destornillador, brocas,  una dinamo, un interruptor de la luz, varias cajas de bombillas sin estrenar de 100, 60 y 40 watios y un rollo de lija. El cajón era una mezcla de ferretería, tienda de lencería soviética y papelería, una especie de "todo a 100" antes de que se inventara ese concepto de bazar chino, así que cuando alguien necesitaba algo, fuera lo que fuera, antes de bajar a comprarlo o de buscar en otro sitio, iba al "cajón de papá”.
 Si algún Caviedes quería cortarse las uñas, ya sabía que no  iba a encontrar el cortauñas en un discreto rincón del cuarto de baño. En el cajón-bazar había media docena de cortauñas de distintos calibres. Pero ocurrió  que la búsqueda del cortauñas empezó a ser demasiado frecuente, sus usuarios no lo volvían a colocar en el “ cajón ", y que además por alguna extraña razón sólo explicable por la física cuántica, los cortauñas que salían del nido, nunca volvía a aparecer en la dimensión espacio-temporal de nuestra casa.
 Mi padre buscaba debajo de los cojines del sofá, registraba habitación por habitación sometiéndonos a un exhaustivo interrogatorio más propio de la C.I.A que de un padre y durante la hora de la comida sacaba el tema:
-  ¿cómo puede ser que hayan desaparecido todos los cortauñas de la casa? no me lo explico, si Mario no ha estado, Carlos y Sara no lo tienen y tú tampoco, aquí hay alguien que miente. ¿Por qué os reís? a mí no me hace gracia, yo tenía cinco cortauñas en mi cajón: uno pequeño, uno ancho por detrás, otro de "recuerdo de Toledo" y dos de llavero.
 Cuando llegaba el postre, todas las conversaciones habían derivado de un tema a otro y él seguía rumiando la desaparición de los cortauñas.
Una mañana llegó mi padre de la calle, muy misterioso y  muy  a la chita callando con un cortauñas del tamaño de un calzador, un cortuñas como para cortar pezuñas de vaca, un cortauñas que para pasar a la otra dimensión de los desaparecidos necesitaba pasaporte y tarjeta de residente. Desde aquel día, bautizamos al cortauñas como "el cortauñas de la familia Caviedes" porque dadas sus dimensiones servía para cortar las uñas de toda la familia a la vez si nos pusiéramos muy juntos muy juntos y juanete con juanete.

Junto al cortauñas había comprado una cadena de perro de un metro y medio de largo, pero de perro perro, más o menos como para evitar que un mastín de los pirineos persiga a una hembra en celo. Una cadena que pesaba lo que no está escrito. Sé que hay novelas de ciencia ficción menos creíbles que la propia realidad y puedo prometer y prometo que mi padre enganchó el cortauñas gigante a la cadena de perro uniéndolos para siempre en matrimonio mientras decía "que lo que he unido yo, no lo separe nadie" y además decidió que el lugar más adecuado para dejar al matrimonio era el mueble-bar.  Nosotros presenciábamos la escena con estupor y en silencio: mi padre cogió una alcayata gigante, en proporción con lo que se traía entre manos y dejó para siempre el cortaunas-cadena enganchado en una de las paredes internas del mueble- bar. Ahí permaneció muchos años, y ninguno pudo convencer a mi padre de que aquello era algo antihigiénico y bochornoso. ¿Qué hubiera pasado si alguno de nosotros hubiera necesitado cortarse las uñas de los pies mientras la familia recibe a una visita?  Pues sí, hubiéramos arrimado el pie al mueble-bar y hubiéramos sacado la cadena gigante y el cortauñas  gigante bajo la mirada gigante de aquellos amigos de nuestros padres, tan finolis, los amigos digo, que estarían tomando un coñac y unas aceitunas con anchoa. Por suerte nunca tuvimos que sobrevivir a esa escena.

Aquello fue una manera efectiva de conseguir que el cortauñas no se perdiera y de que los Caviedes no lo usaran; primero por temor a una amputación involuntaria de pie y segundo por dignidad. Mi madre, que no pudo disuadir a mi padre de la idea, acabó por agenciarse una copa de cristal rojo oscuro y también gigante donde metíamos el conjunto podador y donde la verdad pasaba bastante desapercibido.
Este relato es real, sus personajes existen. Mi padre sacó gusto a atar las cosas para que no se perdieran, en el trabajo lo conocieron más tarde por por atar lápices a cuerdas de tender la ropa. Los Caviedes que abandonaron ya el núcleo familiar tienen sus propios cortauñas y lo localizan con un detector de metales (eso cuando no extravían el detector de metales). El cortauñas de la familia Caviedes acabó desapareciendo pero se convirtió en una institución. La policía científica sospecha que está en la casa de Eduardo manostijeras. Mi padré pasó a la historia como el primer hombre que ató un cortauñas gigante a una cadena de perro y la metió en un mueble bar. Se hizo famoso y ocupó la portada de todas las revistas.
Se me va a caer el pelo. Lo sé.

sábado, 30 de abril de 2016

Todo lo que Jessica Fletcher vino a decirme y yo no tuve el valor de negar



En la cocina tengo un frutero. Fue un  capricho: un frutero de cristal de tres pisos. Precioso. Una compra compulsiva de víctima del laberinto del Ikea y sus ideadores suecos, perversos, muy perversos, que para adquirir un par de bombillas led de las del final del laberinto, te hacen recorrer el laberinto entero sin posibilidad de escapada ni de vuelta atrás. Tienes que pasar obligatoriamente por la sección salones y comedores con niños rubios correteando alrededor de un sofá donde una madre lee -¡lee!-, por la sección mesas y sillas de oficina, luego por la sección cocinas impecables con mini jardincillos donde brotan hierbas aromáticas,después por la sección dormitorios de matrimonios mixtos y étnicos que no discuten nunca gracias a las barreras que se crean entre ellos a base de cojines con estampados tiroleses, y también por la sección niños. Niños suecos, claro, niños que sólo han visto el sol en los dibujos animados, niños descalzos con habitaciones de colores y paredes de pizarra que no han oído nunca la palabra corrupción, ni han comido un cocido completo con sus garbanzos y su relleno, porque el único relleno que conocen es el del edredón. Niños de otro planeta que se asoman a la ventana, no para ver procesiones, ni toros, ni desahucios, ni suicidas lanzándose al vacío. Niños que contemplan embarcaciones de madera, casitas de colores y la aurora Loréal. Después de varias horas llenando un carro de utensilios que convertirán tu casa en un hogar mullido y feliz, por fin llegas  a las bombillas que es a lo que ibas, Pero llegados a  este punto no sabes si te quedará dinero para las dos míseras bombillas  y por no pasar un apuro en la caja, decides que mejor las compras otro día, aunque tengas que volver a las garras del laberinto. Volver al laberinto, sí, caminando de nuevo como una oveja churra por los senderos que ha ideado el señor. Un sendero para  tontos como tú y como yo.
 Así es como llegó el frutero a mi casa.  Como un hijo de penalti pero al que al final se quiere.

Ayer miré el frutero.
Lo miré como se miran las cosas por primera vez. Y sentí vergüenza.
En mi frutero hay:
- una caja “Leotrón” con jalea real, 12 vitaminas y 4 minerales.
- una tarjeta que anuncia “reformas en general” soleras, alicatados, pintura, fontanería -pida presupuesto sin compromiso-
- tres sobres de infusión “yogi tea Himalaya” que me regaló mi  amiga Isabel, que siempre está a la última en asuntos de sanaciones espirituales a base de infusiones.
- dos paquetes de pañuelos de papel.
- una barra de cacao con olor a frambuesa.
- una concha marina grande y rosa, tipo vieira.
- el esqueleto de dos estrellas de mar.
- piedras.
- fósiles.
- una bolsa de caramelos de regaliz "liquirizia dietorelle", para cuando me entra el hambre y no quiero comer.
- un papelillo pintoresco que estaba en el buzón donde se anuncia el “gabinete de videncia del doctor Dabo” vidente, futurólogo y curandero que ayuda a resolver la adicción al tabaco y al alcohol, la depresión y casi todos los problemas que acaban en -ón, incluídos los problemas de erección, además del mal de ojo y el olor a ajo.
- Otro papelillo similar de la competencia, el "Señor Bora. Magia africana", que asegura que “no hay problema sin solución” y garantiza las mismas cosas que el doctor Dabo pero éste además trabaja a distancia. Yo los guardo por fetichismo, por exotismo y porque nunca se sabe.
- unas gafas de sol con las patillas mordisquedas.
- doce cartas sin abrir.  
- una caja de infusiones "INFURELAX" .
- otra caja de infusiones "NON STRESS" donde sale una chica sentada a lo Gandhi con los ojos cerrados haciendo como que hace yoga.
- el afinador del rabel.
- cajas vacías de lexatín, de diazepam, de alprazolan y lorazepam.
y un papel verde que dice: "Retiro de fin de semana: Viaje al bosque del corazón. Yoga, meditación y naturaleza. Cocina eco-vegetariana y biodanza. Organiza Crecimiento Espiral Selenita.

La única fruta de mi frutero era la frambuesa de la barra de labios. Ya me lo dijo la niña: "mamá, la única fruta del frutero es la frambuesa de la barra de labios". ¡Oh ignominia!, ¡oh maldito derrumbe de mi propio imperio!, ¡oh pérfido, satánico y endemoniado destino! ¡Yo soy el reflejo de estos despojos!,
Soy un ser humano en decadencia.
Supongamos que hubiera cometido un crimen. Supongamos que en una acalorada discusión y a falta de cojines que la amortiguaran, en el crescendo de mi ira hubiera matado a mi marido. Supongamos que Jessica Fletcher estuviera investigando el lugar del crimen, que Jessica Fletcher llegara a mi cocina, que Jessica Fletcher con su cara de marisabidilla se plantara delante de mi frutero.
¡Plin!
- Me encanta que la gente se acuerde de mí.
- ¡Pero si eres Jessica Fletcher!, ¿por dónde has entrado? ¿cómo lo has hecho? 
 fíjate que en este momento te estaba invocando así a modo de ejemplo, lo que son las cosas.
- Por la pared, querida. Es algo sencillo aunque no lo creas. Y rápido, aunque esta vez me he demorado saludando a Mister Proper y al mayordomo del algodón, dos viejos amigos, sí señor. No los veía desde la inauguración de la última sede de Porcelanosa en Arequipa. 
- ¡Yo soy inocente!, tengo limpia la conciencia, yo soy normal y hasta saludo a los vecinos.
Querida, no te acuso de matar a nadie, eres demasiado cobarde. Oh querida, me pregunto si tendrías un té para mí. Que sea un earl grey con una nube de leche. Me irá bien ese té. Pónmelo en una taza decimonónica. Gracias. Llego del Condado de Jefferson, y puedo asegurarte que ha sido un largo viaje.
Pero dime: ¿alguien ha barrido la casa desde anoche? en efecto: ¡pelusas!, ajá tu conciencia es lo único limpio aquí, al menos por ahora. Y dime ¿alguien más tiene la llave de la casa a parte del resto de los habitantes? ¿no le has dado una copia al sargento Boight? 
¡Un momento! ¿Qué es esto? ¿y todas esas cosas impropias de un frutero? Panfletos de magia negra, infusiones relajantes, ansiolíticos devorados, patillas mordisquedas, ¡cartas sin abrir! oh querida, esto es una mala señal. En realidad este frutero está lleno de malas señales. Detrás de las cartas sin abrir hay siempre un enfermo mental ¿y si en una de esas cartas Hacienda te reclama un dinero, o tienes una citación judicial, o lo que es más grave: la biblioteca te pide un libro que no has devuelto? ¿Sabes lo que te digo? Creo que ya he visto suficiente. Usted ha empezado a trasgredir límites; ha perdido el respeto a la Banca, al ministerio de Hacienda y a las bibliotecarias, a su propia cocina y también a los fruteros.
Sí, he dejado de tutearla porque no merece mi confianza. Gracias por el té. Ya no lo quiero.
Es usted un ser deleznable y repulsivo. Una cuarentona en crisis a punto de dejarse las canas y de apuntarse a un curso de biodanza nudista en las profundidades de algún bosque. Disculpe mi franqueza: es usted carne de secta ecológica. Se lo digo así, sin rodeos y a la cara. Está a punto de convertirse a la Felicidad de Herbolario. ¿Cree que puede arreglarlo todo con infusiones, eh? 
Míreme bien a los ojos, a estos ojos de marisabidilla que tengo. ¡Ajá! ¡Lo estoy viendo!: a usted lo que le pasa es que ha llegado al ecuador de su existencia y está frustrada. Piensa que hubiera podido hacer con su vida algo más interesante que vivirla a secas. Usted anhela haber hecho algo más. Pretendía dejar rastro de su paso por este mundo: escribir, pintar, ser vista o ser leída, inventar una nueva ley de la gravedad en la constelación de Orión! ¡Oh gusano! no es usted más que un gusano revolcándose en sus aciagas ambiciones.
¡Egoísta al cuadrado, mala madre y mala mujer! ¿No te bastaba con  tener un trabajo, una casa, un móvil, un coche, el carnet de conducir, estudios, el derecho al voto? Nooo. La niña quiere opinar, quiere escribir, quiere pintar algo y pintar algo en esta vida  ¿Quién se ha creído que es? ¿Emily Dickinson?
¡Oh miserable! ¿ha pensado usted en los disgustos que da a su adorable familia? Le diré una cosa, y deje de llorar, por el amor de dios, ¡qué patetismo! Escúcheme: usted no es hombre. No es rica. No es hija de Barack Omaba ni de la Rana Gustavo. Usted vive en el país más corrupto de toda Europa, el país que inexplicablemente tiene más patriotas por metro cuadrado, patriotas tontos, querida, orgullosos así de la patria en abstracto y a batiburrillo: orgullosos de Torrente, del rey y del ex rey, de la casa real al completo, orgullosos del churrasco, del ruido porque aquí la tolerancia acústica es ilimitada. En su país se habla a voces, se abusa de los tacos, se habla en imperativo y se desconoce el condicional de cortesía. Mire, ¿ve esto? Cuando vengo a resolver algún caso me traigo tapones. Su país tiene muertos en las cunetas, pagos en B, animales agonizando con la lengua fuera para el disfrute de su pueblo, su país es una caca y usted no tiene el ánimo para más caca.
Le daré un consejo porque con esta cara que dios me ha dado sólo puedo dar lecciones o consejos. Míreme bien a los ojos de marisabidilla que tengo: si quiere salir de esta con un poco de dignidad, vuelva al Ikea. Juegue un poco a las cocinitas,  imagine las auroras loréales -porque usted todavía vale algo- y tenga fe en la reencarnación. Ponga la fruta en donde se pone la fruta y, por favor, no se deje las canas. Sobre todo no se deje las canas, porque ese es de entre todos el peor de los presagios.

domingo, 27 de septiembre de 2015

El otoño (o cómo la escuela fabrica la tontuna)



El otoño

El otoño es una estación del año que empieza el 21 de septiembre y acaba el 21 de diciembre. El otoño se caracteriza porque no hace ni mucho frío ni mucho calor, y a mí me gusta  porque está en el término medio. En verano hace demasiado calor y se suda bastante, pero en invierno también se suda mucho porque como hace frío nos ponemos un jersey gordo y encima del jersey gordo, un abrigo, así que al final también se suda. A mí no me gusta sudar, la verdad, me da un poco de asco.

Otra cosa que pasa en otoño es que a los árboles se les caen las hojas y en consecuencia dejan el suelo de las calles y de las plazas como cubiertos de una alfombra en tonos amarillos. Esta capa de hojas puede ser peligrosa y provocar caídas debido a la humedad. Para quitar esas hojas, mandan a unos señores del ayuntamiento  con una máquina que es como una mochila puesta  en la espalda con un aspirador pero que en vez de aspirar, echa aire. Con el aire empujan todas las hojas en un montón y luego las tiran a la basura. Y éste es un trabajo que se hace solamente por la mañana, muy pronto, antes de que la gente vaya a trabajar.

Que se caigan las hojas no es ni bueno ni malo; es algo que tiene que pasar porque lo marca el ciclo de la naturaleza, aunque también hay árboles a los que no se les caen, como por ejemplo a los pinos y se llaman árboles de hoja perenne.

En otoño hay muchos frutos de color marrón como avellanas, nueces o castañas que antes han sido frutos verdes y antes de ser verdes han sido flores, pero cuando llega el otoño se ponen marrones. Esto no es ni bueno ni malo, es así porque en otoño tiene que ser todo muy de color marrón.

También se me ha olvidado decir que las castañas pueden ser pilongas o no pilongas. Ser pilonga no es ni mejor ni peor, es ser distinto y eso no es malo. Todos somos distintos. Las personas podemos ser blancas, negras, amarillas como los chinos o marrones como el otoño. Lo importante es que todos seamos solidarios y tolerantes y no marginemos a los otros por cómo son.

El otoño es la época en la que algunos pájaros empiezan a emigrar a África huyendo del frío. Yo esto no lo veo ni bien ni mal. Cada uno que haga lo que quiera siempre y cuando no moleste a los demás, es decir, que la libertad de uno acaba donde empieza la del otro.

Los días son más cortos en otoño que en verano porque a la tierra por un hemisferio le llega menos luz del sol. Esto pasa porque la tierra gira alrededor del sol en una elipse y en otoño el sol da más por el lado de abajo y calienta a los de Australia, pero luego pasa al revés, que nos da más el sol por nuestro lado y a ellos les toca el otoño, las hojas secas, las nueces y las castañas, es decir que nos repartimos “el marrón”. Esto es bastante justo, porque lo que no puede ser es que a unos les toque siempre lo bueno: el veranito, la piscina y los bikinis de colores y otros carguemos con las peores estaciones. Las personas debemos compartir lo que tenemos, pero compartir de verdad, no dar lo que nos sobra, porque eso no es compartir, eso es dar limosna.

En conclusión, el otoño es una estación fundamentalmente con sus cosas buenas y con sus cosas malas y a algunas personas les gusta y a otras no. Esto no es ni bueno ni malo porque para gustos se hicieron los colores, aunque si tengo que dar mi opinión sobre el otoño diría que a nivel general está bien.