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- Hola Caracola, ¿dónde vas tan repeiná con esa cesta de mimbre pasada de moda y tu boina de requeté? ¿y desde cuándo eres monárquica, Adelaida?- pues así se llamaba la niña, aunque esto es un secreto que desvela el narrador -que soy yo- en exclusiva para los lectores.
- Pues, mira lobo, por una vez no voy a casa de mi abuela, sino a la Dirección Provincial del Cuento a entregar el concurso de traslados. Te noto audaz, lobo y tienes cara de bobo. Mira en la cesta, mira cuánto papeleo.
- Ay Caperucita, ¿no me digas que te vas del cuento?
- Estoy harta, lobo, de este bosque y de mi abuela que siempre está mala por necesidades del guión.Yo necesito un sitio emocionante, con nuevos peligros y un príncipe, que ya se me está pasando el arroz.
- Pues siento decirte que lo tienes muy negro, Caperucita roja: los cuentos de príncipes están muy solicitados y no te engañes, cambiar de cuento sólo significa huir de uno mismo.
Genial. Genial. Y un final para quedarse pensando...
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