martes, 10 de mayo de 2011

Los zapatos

Los zapatos parecen seres inocentes inventados para darnos calorcito y protegernos los pies, pero en realidad llevan significados añadidos y encierran verdades crueles de la humanidad. Los seres humanos inventaron los zapatos para subyugarse, para limitarse y empequeñecerse mutuamente.
Los pueblos y las gentes somos manipulados por nuestros zapatos y hasta ahora no nos habíamos dado cuenta. Cada vez que nos ponemos un zapato estamos aceptando una disposición hacia el mundo y eso es un peligro y una gran responsabilidad. Si en esta audiencia alguien lo duda que me diga entonces por qué no hay monjas con tacones de aguja. La monjas, hasta lo que yo sé, sólo pueden llevar zapatos marrones o azul marino, de tipo ortopédico y ancho especial, o sandalias muy austeras con calcetines para los horrores del verano. Todo vale para calzar a una monja a condición de que sea feo y cuanto más feo mejor. Por la fealdad de los zapatos de una monja se puede medir perfectamente su fe y su vocación. A las monjas cuando se hacen monjas les hacen firmar una cláusula secreta por la que tienen que sacrificar la única coquetería que les quedaba destapada: la de los pies. Una monja además de serlo tiene que parecerlo, por eso las monjas con sus zapatos tienen que dar suficientes muestras de austeridad para ser convincentes, (algún día se probará científicamente que la austeridad no está reñida con el buen gusto). Y de esta manera los zapatos de las monjas ponen en evidencia la hipocresía de la Iglesia.

Pero las monjas no son las únicas: las reinas y las princesas tampoco pueden llevar los zapatos que quieren. El verdadero deseo de una reina es asistir a la boda de otra reina en chanclas de piscina, pero eso es algo que no permitirían nunca los del protocolo de la casa real. Una Reina tiene que llevar zapatos elegantísimos a juego con todos sus vestidos, así que los pies de una reina se pasan la vida estrenando zapatos para un rato. Zapatos que pasado ese rato no volverá a ver nunca y pagando por ello un buen precio en juanetes reales. Las reinas nunca repiten zapatos. No pueden, aunque encuentren unos preferidos. Pobres reinas. Pobres princesas. Todas sueñan con el día de su rebelión cuando en medio de la recepción del Emir de Catar y la jequesa Mozah Bint Nasser, se quiten los tacones protocolarios para clavárselos en el cogote a los jeques y se saquen del bolso unas chanclas naranja fosforito del Carrefour con estampados de Bob Esponja. Entonces se abrirá el cielo y aparecerán los de Maita Vende Ca para hacer la banda sonora de ese momento tan culminante, se llevarán a la reina a cuestas loca de contenta y agitando sus juanetes recién liberados.

Para subyugar a las mujeres en general se inventaron, entre otras cosas, los zapatos de tacón. Nos convencieron de que estábamos muy guapas y estilizadas viendo el mundo desde ahí arriba. Pero la verdad es que se inventaron para que llegáramos las últimas a los sitios y así dar ventaja a los hombres. No hace falta ser muy listo para saber quién llegará antes a la salida en caso de incendio. En El Coloso en llamas las últimas en salir fueron las mujeres con zapatos de tacón. Muchas de ellas no salieron y murieron calcinadas dejando un cadáver muy estilizado. Yo no tengo por vocación dejar un cadáver estilizado. Y esto del incendio es aplicable en caso de alarma nuclear, terremoto, tsunami, las rebajas más golosas del Corte Inglés, la presidencia de la OPEP y los gobiernos. A ellos no les interesa que lleguemos las primeras.

Como alternativa al zapato de tacón se inventaron las "bailarinas" o "francesitas", que gozan de mejor fama por no causar ampollas ni dolor aparente pero con las que tampoco puedes salir corriendo en caso de incendio. Otra engañifa. Yo desde aquí voy a aprovechar la oportunidad que me brinda mi propio blog para mandar un mensaje a los inventores de zapatos para mujer:

“Queridos inventores de zapatos para mujer:
(Sé que sois los mismos que habéis ideado la depilación con cera caliente, el burka y el garrote vil)
Gracias por no hacernos creer que nos estilizan los zancos con clavos, o las albarcas con brasas en el interior. Gracias por haber ideado solamente tacones de una altura máxima de 20 centímetros in pro de nuestra esbeltez, pero tomad nota: las mujeres no queremos zapatitos de cristal, ni príncipes que nos los pongan, ni francesitas para esperar en una torre a ser rescatadas. No queremos ser esbeltas ni comer perdices, así que adapten por favor su producción a la demanda. Lo que necesitamos son zapatos para poder salir corriendo sin poner en peligro nuestra integridad física.
Algunos zapatos son especialmente perversos: llevan de premio una maldición. Es el caso de los zapatos de rejilla, casi extintos, que hacen de quién los lleva puestos una especie de penitente desconsolado. Los dueños de unos zapatos de rejilla suelen ser abuelos que vagan como almas en pena por las ciudades haciendo recados para toda la familia. Detrás de unos zapatos de rejilla hay siempre un abuelo maltratado: abuelos que bajan a hacer la compra, abuelos que bajan a hacer la quiniela de sus hijos y nueras, abuelos que bajan la basura, abuelos que recogen a los nietos del colegio, abuelos que cocinan, abuelos a los que se empaqueta y envía por packexpress sin ni siquiera poner “ frágil” para estar un mes en casa de cada hijo, y abuelos sin dentadura a los que se les quita el dinero de la pensión para comprar a la familia bonitos zapatos.
Estos abuelos tuvieron vidas plenas hasta que metieron sus pies en unos zapatos de rejilla. Los zapatos son jaulas con trampas mortales que alteran el rumbo de nuestro destino; hay zapatos muy pulidos que nos cambian la afiliación política, otros de punta estrecha que convierten los buenos maridos en mujeriegos mitómanos, plataformas que agravan la voz, sandalias de gladiador romano para aligerar conciencias, zuecos que amplifican la maldad de la enfermera, botas de agua para contar chistes malos y sandalias para que te dejen plantado (que son las que llevo yo ahora).
Los zapatos acaban con nuestra libertad y esto lo saben muy bien los niños que son sabios en miniatura y tienen una cosmovisión desintoxicada. Los pies de los niños quieren estar libres de cargas. Si los niños tuvieran canas y gafas nos creeríamos todo lo que dicen.
Yo necesitaba unos zapatos y llevaba meses buscándolos pero ahora que conozco los entresijos de la conspiración zapatil, y veo los escaparates tan llenos de amenazas primavera-verano, prefiero quedarme descalza para siempre. Lo siento, pero ando desatadamente feliz y no pienso dejar que unos zapatos me arruinen la fiesta.
Algún día me agradecerán el sobreaviso: escuchen a los niños, rehuyan de todo lo sensato y si no queda más remedio, por favor, antes de que sea demasiado tarde, piensen bien dónde meten los pies.

3 comentarios:

  1. Impresionante, lo de la monjas, con sus zapatos con agujeritos, los mismos que usan las enfermeras y los médicos... que extraño el mundo zapatil... hay un libro que habla sobre zapatos, de Stvelan Jonacovich (no esoty seguro de que se escriba así) Salutis.

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  2. AL PIE DESDE SU NIÑO ( P. Neruda)

    EL pie del niño aún no sabe que es pie,
    y quiere ser mariposa o manzana.

    Pero luego los vidrios y las piedras,
    las calles, las escaleras,
    y los caminos de la tierra dura
    van enseñando al pie que no puede volar,
    que no puede ser fruto redondo en una rama.
    El pie del niño entonces
    fue derrotado, cayó
    en la batalla,
    fue prisionero,
    condenado a vivir en un zapato.

    Poco a poco sin luz
    fue conociendo el mundo a su manera,
    sin conocer el otro pie, encerrado,
    explorando la vida como un ciego.

    Aquellas suaves uñas
    de cuarzo, de racimo,
    se endurecieron, se mudaron
    en opaca substancia, en cuerno duro,
    y los pequeños pétalos del niño
    se aplastaron, se desequilibraron,
    tomaron formas de reptil sin ojos,
    cabezas triangulares de gusano.
    Y luego encallecieron,
    se cubrieron
    con mínimos volcanes de la muerte,
    inaceptables endurecimientos.

    Pero este ciego anduvo
    sin tregua, sin parar
    hora tras hora,
    el pie y el otro pie,
    ahora de hombre
    o de mujer,
    arriba,
    abajo,
    por los campos, las minas,
    los almacenes y los ministerios,
    atrás,
    afuera, adentro,
    adelante,
    este pie trabajó con su zapato,
    apenas tuvo tiempo
    de estar desnudo en el amor o el sueño,
    caminó, caminaron
    hasta que el hombre entero se detuvo.

    Y entonces a la tierra
    bajó y no supo nada,
    porque allí todo y todo estaba oscuro,
    no supo que había dejado de ser pie,
    si lo enterraban para que volara
    o para que pudiera
    ser manzana.

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  3. Tienes razón Sara.Mi nene siempre que se monta en el coche, camino de la guarde ,se quita el zapato izqdo.No falla.En casa está obsesionado con las zapatillas rosas de su hermana(made in Tarta de fresa)

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