jueves, 4 de octubre de 2012

La inmoralidad de la obediencia




Iba el otro día Mariano Rajoy paseando por las Sexta Avenida más chulo que un ocho mientras fumaba un puro casi tan añejo como él. Los titulares de los periódicos decían “la ajetreada agenda de Mariano Rajoy en Nueva York también dejó espacio para el relax”. Mientras su cohíba se iba consumiendo calentito, anunciaba la congelación del sueldo de los funcionarios y hablaba de los sacrificios que teníamos que hacer todos unilateralmente y de forma equitativa para salir de la pobreza.
Antes de ir a almorzar al restaurante japonés más caro de la Gran Manzana manifestó a la prensa su repulsión sobre esas minorías perrunas con rastas y piojos que rodeaban el congreso el 25 S, unas pocas tribus de gentucilla sin oficio ni beneficio que no representan a la mayoría de los españoles, porque “la mayoría de los españoles no se manifiesta, no sale en las portadas de la prensa y no abre los telediarios” “son la inmensa mayoría de los 47 millones de personas que (sobre) viven en España y si ellos están a la altura de la gravedad del momento que vivimos, todos debemos estarlo.”
Tiene usted razón, señor Rajoy. Hay españoles que aceptan con gusto incomprensible casi todo lo que les echen: los hay capaces de hacer reverencias con genuflexiones goyescas y besamanos a un rey que se divierte haciendo cacerías de elefantes en Botsuana, porque piensan que seguramente merece un relax por ser su agenda tan apretada como la de Rajoy en Nueva York y el trabajo de ambos más importante que el de cualquier trabajador de una cadena de montaje o de un maestro de escuela. Hay españoles que pueden ver cómo se va desahuciando a las familias mientras pagan con sus impuestos el rescate de los mismos bancos que son la causa del desahucio,  los hay que pueden asistir al endiosamiento oficial de corruptos a los que nunca se echará de sus casas ni pasarán por un juzgado, españoles que  vegetan mientras muere por inanición su sanidad y su educación . Los hay que un delirio de linaje vetusto o borbónico llaman a sus hijos Cayetana y Froilán.
Por una vez, repito, tiene usted razón: hay españoles con cuajarones en las venas que aceptarían el derecho de pernada con igual docilidad, y puestos a reconocer su condición de siervos serían incluso capaces de ver, sin inmutarse, un telediario en el que su presidente anuncia recortes fumando cohibas en la Gran Manzana mientras se llena la boca con expresiones como “sacrificio” “esfuerzos unilaterales y equitativos”.
Es imposible entender tanta mansedumbre cuando abrimos el frigo y no tenemos nada para comer, cuando no tenemos tampoco nada para comprarlo, cuando ni siquiera nos han dejado un pollo de corral vivo para poder cambiarlo por un conejo, cuando no tenemos ni trabajo, ni casa, ni comida, ni derechos, cuando no tenemos nada e incluso cuando no tenemos nada que perder. Pero si pensaban que el colmo del insulto es nuestra actual realidad en sí misma , les diré que nuestro verdugo nos pide además obediencia y que dicha obediencia nos la presupone a casi todos los españoles. Y por aquí yo ya no paso.
La obediencia, esa virtud de los niños atontados y de los militares, es también la vileza que envuelve los manuales de urbanidad femenina, el testaferro de los delatores y de los lameculos. De obediencia están hechos los peores capítulos de nuestra Historia, querido señor, en España ya no pueden ser obedientes ni los tontos, porque hasta ellos tienen sentido de la dignidad. Y quiera usted verlo o no, también hay gente harta de tanta injusticia y de la desfachatez con que se aplica, ya sin ningún disimulo.
Con o sin rastas y al margen de preceptos divinos, hay quien distingue lo que está bien de lo que está mal, igual que distingue la verdad de la mentira: el principal problema del país ya no es el económico, sino el oportunismo de élite, que llama medidas de austeridad “unilaterales y equitativas” a lo que yo llamo meternos debajo del yugo y clavarnos las flechas.
Queridos siervos de la gleba, gente de bien, no todas las ideas merecen obediencia. Los grandes hitos de la justicia y la igualdad no se han conseguido siendo obedientes. Esta es una verdad como un piano aunque no se enseñe en catequesis.
Y ahora que he dejado claro de qué lado estoy sin que usted dueño y señor , como dice mi querido Almodóvar, se apropie de mi silencio, ya puede quemarme en la hoguera, con esas minorías perrunas y piojosas. Pero eso sí, dejadme ay, que yo prefiera la hoguera, la hoguera… que es un asunto muy delicado el de la pena capital.

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