domingo, 28 de octubre de 2012

Las orejas de las niñas



"En efecto, aquí se tratará sobre el poder, indirecta pero obstinadamente. La "inocencia" moderna habla del poder como si fuera uno…Pero ¿y si el  poder fuera plural, como los demonios?
( ...) Adivinamos entonces que el poder está presente en los más finos mecanismos del intercambio social: no sólo en el Estado, las clases, los grupos, sino también en las modas, las opiniones corrientes, los espectáculos, los juegos, los deportes, las informaciones, las relaciones familiares y privadas, y hasta en los accesos liberadores que tratan de contestarlo"

                                                                                                       ROLAND BARTHES

El señor y la señora Golondrino tuvieron un bebé. Como todos los recién nacidos, aquel ser humano en miniatura era encantador. Sus padres pudieron comprobar que el niño venía perfectamente equipado de serie; que tenía dos piernas y dos brazos, dos preciosos ojos orientales, y que sus manos estaban cerradas en un puño lleno de arrugas, de donde asomaban simpáticos deditos perfectamente fabricados. El bebé Golondrino tenía unos labios perfilados mucho más bonitos que los de sus padres y dos orejas como dos obras maestras de la ingeniería genética, diseñadas pliegue-va-pliegue-viene con tal armonía que parecían cinceladas por los mismísimos ángeles. Unas orejas tan bonitas -decía la mamá golondrino, como si su hijo pudiera comprenderla- sólo deberían escuchar cosas sublimes, como la novena sinfonía de Beethoven, las danzas húngaras de Brahms o por qué no, los grandes éxitos de Chiquetete.
Tan felices estaban el señor y la señora Golondrino que se olvidaron de pedir a las matronas que agujereasen el frenillo y las orejas del bebé cuando salieron del hospital. La abuelas Golondrino estaban muy nerviosas con el despiste porque temían que sin un piercing en el frenillo y sin pendientes, todo el mundo pudiera creer que su nieto era una niña, y todos sabemos que una confusión de género es crucial, tremebunda y ofensiva.
Algunos eruditos metomentodo piensan que agujerear las orejas y el frenillo de los bebés varones es una costumbre salvaje que puede atentar contra la salud de la criatura, y que además con esto no se está respetando su derecho a elegir libremente con qué y cómo querrá adornar su cuerpo cuando sea mayor si es que quiere adornarlo. Hay incluso quien se atreve a afirmar que “cualquier agresión contra la integridad corporal es una lesión corporal, también los agujeros en el frenillo y en las orejas” o incluso, se ha llegado a oír de boca de intelectuales europeos que sólo en los países más atrasados de la comunidad se siguen llevando a cabo este tipo de brutales costumbres. Se escuchan todo tipo de tonterías sobre el tema, sin olvidar  la opinión de algunos tarugos integristas de la igualdad que consideran ésta una práctica sexista. ¡No pretenderán que pongamos pendientes a las niñas!
Bobadas, bobadas y bobadas.
Poner un piercing en el frenillo y los pendientes a un bebé varón es una tradición y punto. No se entiende por qué son más respetables las tradiciones de otras culturas que las nuestras: los hombres jirafa de la tribu Karen de Tailandia alargan su cuello poniéndose gruesos collares, igualmente la tribu de los Mursi en Etiopía lucen platos de arcilla incrustados en sus orejas y en sus labios, los judíos circuncidan a sus hijos y durante más de mil años en China se tenía por costumbre vendar los pies de los niños varones.  ¿Por qué tanto escándalo cuado nosotros sólo hacemos un par de agujeritos por aquí y por allá, teniendo en cuenta que el daño es mínimo si lo comparamos con el capricho de pies de ”flor de loto” de un padre chino?. Las tradiciones son tradiciones y si se perdieran ya no serían tradiciones (esto es un conocidísimo proverbio de Ana Botella, aplicable a la tauromaquia, la santa inquisición o las uvas de nochevieja) porque en nuestro país las tradiciones adquieren la categoría de argumentos por sí mismos y no hay por lo tanto nada cuestionable en base al sentido común.
Pero además de la tradición hay numerosos argumentos para seguir practicando el troquelado en el cuerpo de los niños: nuestro bebé varón, crecerá y se acabará poniendo un piercing en el frenillo de todas las maneras, y entonces nos agradecerá que le hayamos dado el trabajo hecho. Los gustos ornamentales de nuestro futuro adolescente son totalmente previsibles poniendo una pecera boca abajo y usándola como bola de cristal. Este método adivinatorio es casi infalible. Pero en caso de desacierto y si nuestro hijo nos echa en cara los boquetes que hicimos en su cuerpo  sin permiso, siempre podremos arreglarlo con un par de collejas para que no olvide que es nuestro hijo, y que hacemos con él y de él lo que nos da la gana, pues al igual que el coche, la tele de plasma o el sofá decidimos si le cambiamos el aceite, si le ponemos tapicería de leopardo del Serengueti o un piercing en el frenillo. Hay que ejercer el derecho a la propiedad, sobretodo con los varones.
Todo esto pensaron los señores Golondrino cuando llevaron  a su hijo Gerardo al hospital de nuevo para que una matrona con nocturnidad y alevosía agujereara clandestinamente las orejas del niño, al que colocaron un tribal en el frenillo y dos pendientes de oro amarillo y circonitas con forma de oso panda trinchando bambú.
La abuelas Golondrino gritaban de contentas: ¡qué guapo!, ¡qué hermosote!, ¡qué aspecto de caudillo!, ¡parece un feriante!, ¡un tratante!, ¡un quincallero!, ¡un golondrino auténtico!, ¡un ternero numerado! Todos los Golondrino se fueron a celebrar el iniciático ritual  de Gerardo comiendo calamares, se olvidaron de Beethoven, de Brahms  y de que las orejas sirven para escuchar cosas bonitas así que subieron  el volumen a Chiquetete hasta dejar sorda a la criatura, que no entendía qué hay de tan malo en ser varón y lloraba con lágrimas de niño lo que hubiera querido defender con la palabra que se niega a un ternero numerado.

1 comentario:

  1. La pobres orejas de las niñas nunca serán objeto de simposio, ni de seminarios bianuales,ni de mención en las citas rancias de los intelectuales. Así está el mundo.

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