lunes, 25 de agosto de 2014

Mi lamparita




¿Lámparas para qué os quiero si tengo alas pa' volar?
 No voy a hablar aquí sobre la utilidad de la luz en general y mucho menos de la luz artificial en particular. Me importa un pito quién inventó la bombilla; está claro que el Edison ese no pensaba en el favor que nos hacía a los noctámbulos inventando un globito de cristal mágico para que pudiéramos seguir leyendo en deliciosa soledad. No pienso darte las gracias, Edison, y si quieres aparecerte por las noches me da igual, tampoco me dan miedo los muertos que han inventado bombillas. Me doy más miedo yo. Puedes aparecerte a María del Monte que canta como los ángeles o a mis hermanos que adoran los asuntos técnicos. A mí no, por favor: yo desafino y técnicamente soy muy poco interesante.
Esta lámpara es la prueba de que mi tristeza se va encogiendo como los días en otoño, de que estoy otra vez de este lado de la vida y coleando como una lagartija.
Una joya de abalorios de cristal checo con lágrimas verdes de bohemia pintadas artesanalmente con las pestañas  del biznieto de Kafka, es un tesoro que ya quisieran la Zarina Guillermina Fiodorova, Sissí Emperatriz  e incluso Chuck Norris, pero se chinchan todos porque es mía, no se vende y no se encuentra en  Ikea. 


Aunque no lo parezca, este objeto que tampoco encontrará en teletienda, está inspirado en Casablanca. Yo no he visto Casablanca pero sí he admirado y tocado disimuladamente la lamparita que respiró el mismo aire que  Humphrey Bogard y esas son emociones que se le quedan a una grabadas en el inconsciente y que acaban saliendo como los traumas de la infancia.  La Bergman sin embargo parece no apreciar la maravilla que tiene detrás. Seguramente  Sam le está haciendo una confesión alcahuetil importantísima  antes de eso de "tócala otra vez, Sam" y entonces va Sam  y toca el piano en vez de la lámparita: qué sosos, qué fieles al guión, qué americanos. 
Mi lámpara ha crecido en la libertad de la montaña, rodeada de vacas y moñigas, de lumiagos y caracoles, de sapos de canto de cristal verde y luciérnagas que si pudieran reir, se reirían mucho de Edison.
Por eso cuando yo decía "tócala otra vez, Sam"  sonaban todos los cencerros del monte y aquello era una fiestorra local -bovino-caprino-equina sin precedentes; y de ahí que la lámpara de Casablanca sea en blanco y negro y la mía en color. Si Sam pasara un verano en la montaña de mi pueblo y escuchara los cencerros, dejaría el piano, dejaría a la ñoña de la Bergman y sería el primer negro rosa de la historia del cine en blanco y negro. 
Sólo hay un placer mayor a escuchar los cencerros del monte y es, lo siento por Edison, escucharlos de noche, con los pies más en el cielo que en la tierra y lejos muy lejos de cualquier  bombilla.


4 comentarios:

  1. De abalorios de cristal checo y lágrimas verdes de Bohemia parece que están hechas también estas palabras, Sara. Me gusta mucho.

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  2. Me encantaron tus palabras Sara, muy divertido!!!! Y la lámpara, una joya!!!!

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  3. Lámpara, del griego lamparípolus, sólo cuando su luz es tenue, te relaja su compañía. Y sólo cuando.te sorprende disfrazada de un color nuevo, caes en la cuenta de vidrio que no se rebobina, pero te invitan a soñar. Que tu luz, Sara, nos alumbre con la alegría que usas para soportar la vida como sólo tú sabes hacerlo.
    Que Dios te lampare. Un beso.

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