Queridos todos:
No
estaba muerta ni estaba de parranda. Estoy resucitada de un letargo
infernal de cuyo nombre no quiero acordarme. La historia de esta segunda
lámpara con la que doy por resucitado también este blog es la historia
de una superviviente que se merece muchos aplausos y condecoraciones.
A
esta lámpara la llamaremos desde ahora Salomé porque es un nombre
contundente de mujer de rompe y rasga. Podría haberle puesto Cecilia,
como la rompecorazones de Paul Simon y Garfunkel pero romper el corazón a
esos dos ya ves tú qué mérito tiene. Me debatí entre Fernanda, Vicenta y
Mari Trini pero desistí porque son nombres que sólo pueden ir juntos.
Son nombres de trillizas univitelinas o de amigas que viven en el mismo
barrio, van al mismo gimnasio y se estremecen a coro viendo el
festival de Eurovisión. Tomar a uno de ellos por separado es como
adoptar un percebe y dejar a sus hermanos en el orfanato. Qué pena. La
gente que hace eso no tiene corazón. Luego estaba Clotilde que es nombre
de gallina, Margarita que es nombre de vaca corriendo por un prao con
su cencerro, Esther que es nombre de oveja churra sumisa, y Malena que
es nombre de tango.
Así que nada: Salomé.
La
gestación de Salomé ha sido muy dura hasta el punto de que ya nadie
pensaba que la pobre fuera a llegar a término. Yo diseñé a Salomé en la
mesa del comedor con un lápiz, un papel y con mucho amor de ser creador,
pero sin las ínfulas de Geppetto y mucho menos de Dios y muchísimo
menos de un líder de Podemos, porque hay que ver cómo son las ínfulas de
los seres creadores y yo, ya quisiera, pero para ínfulas no valgo.
Compré
abalorios en la única tienda bien surtida en lentejuelas, bolitas y
perifollos de toda la ciudad. Una tienda donde la dueña y dependienta
que en este caso son la misma persona, resultó ser poco simpática, la
verdad. Una dependienta que sólo hace frases en imperativo negativo como
"por favor no te apoyes en el mostrador, por favor no toques las
vitrinas, por favor no roces los muestrarios, por favor no mires, por
favor no niños, por favor no perros, por favor no tosas, no pestañees,
no respires..." en realidad lo que nos quiere decir veladamente, aunque
ella no lo sepa, es "por favor no vuelvas", y ese es el problema: que no
quieres volver pero ella tiene el monopolio del abalorio, así con rima y
todo para más retintín. Tal fue mi hartazgo que llegó lo inevitable después de varias
visitas: el enfrentamiento. No voy a entrar en los pormenores de tan
desagradable episodio ni en quién tenía razón aquel día, pero la cosa es
me fui calentando globalmente hasta que exploté, me entró un ataque de
orgullo supino y salí de allí jurándole que no volvería nunca más, que
había perdido una clienta, que vaya maneras de tratar a la gente,
mientras ella, impertérrita como una esfinge, se jactaba de ser un
monopolio y de ser la dueña absoluta de sus abalorios, del suelo que yo
pisaba y del aire que respiraba. Valladolid da gente así, con la mala
leche en la masa de la sangre.
El
precio de que yo saliera de allí con la cabeza bien alta lo pagó la
pobre Salomé que se quedó a medias como la Sagrada Familia y en un
rincón de la casa, olvidada, polvorienta, con su proyecto de vida
chafado mientras yo pensaba en las maneras más perversas de conseguir
los abalorios sin tener que humillarme ante la dependienta imperativa
negativa: entrar por la noche a robarle con un pasamontañas y una
linterna, mandar a otra persona a buscar los abalorios o hacer el pedido
por internet a nombre de mi madre, fueron algunas ideas.Todas
peliculeras e inviables; a mi madre le usurpo la personalidad para
firmar reivindicaciones feministas en el change.org y ya se ha coscado,
no está el horno para que yo meta bollos en forma de pedidos online a
su nombre, mandar a otra persona a buscar justo los mismos abalorios que
yo necesito es dejarse ver mucho el plumero, pero el mayor obstáculo de
todos era el pasamontañas. Los pasamontañas me quedan fatal y yo no me
pongo un cinturón de castidad de lana en la cara si no es para atracar
al Bundesbank o al menos a la Merkel mientras ronca bocarriba en
calzoncillos. Eso de que el fin justifica los medios es mentira y gorda;
el fin sólo justifica los medios si en el fin hay mucho dinero o mucha
risa en juego. Hacer el ridículo con un pasamontañas por un puñado de
abalorios no es dignamente rentable, piénsalo. Bastante vergüenza hemos
pasado los niños de los años ochenta con aquellos pasamontañas que
además de pelotilla, nos hacían cara de señor jugando al tute, como para
recrearnos en el trauma así a la primera de cambio.
El
caso es que Salomé supo esperar a momentos de mejor suerte; ha
soportado mi mal de ojo, mis fobias, mis altibajos, mi mala salud, la
mudanza más angustiosa de la historia de las mudanzas y el abandono de
todo un verano en un piso lleno de cajas. Un verano en esta ciudad en
agosto es como el desierto de Sonora pero sin cactus ni ratas canguro ni
coyotes ni correcaminos. De hecho una vez un hombre se quedó de
rodríguez aquí en el mes de agosto, tuvo la mala suerte de que el
ascensor se le paró entre el cuatro y el quinto y lo encontraron en
septiembre fiambre fiambre. La autopsia reveló que murió de hambre, de
sed, de soledad, de calor y que no vino a rescatarlo ningún bombero en
tanga y tampoco ningún lagarto.
Pero
volvamos a Salomé que ya me he ido mucho por las ramas. Sin ninguna
esperanza fui haciendo encargos de abalorios en sucursales de otras
ciudades. Me enviaban lo poco que quedaba en los almacenes: quince
abalorios de Logroño, doce de Zamora, cinco de Murcia, veinte de
Santander y así hasta conseguir unos cincuenta. Pero no quedaba ni un
sólo abalorio facetado de nuestro verde. Los había en verde plátano sin
madurar, en verde limón, en verde aceitunado, en verde lechuga, en verde
Romancero Gitano e incluso en verde viejo verde, pero el nuestro, era
un verde distinto a todos. Un verde judía verde francesa precioso pero
agotado en todos los rincones de la península y parte de los
archipélagos. Así que otra vez a parar la obra. Salomé me miraba, yo me
encogía de hombros y las dos lloramos un poco. A ella le han quedado
unas lágrimas azul cobalto preciosas. Eso que ha sacado en limpio. A mí
las lágrimas lo que me dejan es la cara como un mono de Gibraltar y
mucha sed.
Pero el destino, el fatum o
el determinismo volteriano me colocó el veinte de mayo a las cinco de
la tarde en el centro de Praga delante de una tienda de souvenirs, y
allí entre postales macilentas, matrioskas pintadas con prisa,
holografías de Kafka, cajas de cerillas, dedales y marionetas con la
nariz resfriada, vislumbré ¡oh milagro! nuestra esperanza hecha un
manojo de collares polvorientos ¡de nuestro verde judía verde!.
Me
los llevé todos: tres collares y dos pulseras, para luego deshacerlos,
claro. Desahacer aquellos collares fue un acto creador quasi divino. Y
así como que no quiere la cosa, descubrí el Deconstructivismo
Constructivo, una nueva corriente artísica que me he inventao; un
bofetón para los arquitectos de vanguardia que se creían los más
vanguardistas y que ahora me tienen colapsado el teléfono..
Que
nadie se atreva a insinuar que Salomé no tiene carácter. Salomé es una
lámpara con historia y no con una historia made in china, ni con una
historia de molde ni de producción en cadena. Salomé es única y fuerte
porque ha sobrevivido a todas sus dificultades gestacionales, porque es
el resultado de la donación de órganos de todas las partes del mundo y
porque sabe que la vida de verdad es un milagro, una conjunción de
miradas, de partículas y de planetas. Por todo esto y también para
llevar la contraria al otoño creo que merece la pena aplazar un poco más
mi apostasía y aclamar un credo o algo, aunque no sepa muy bien en lo
que credo -más mejor, porque la gente que sabe muy bien en lo que crede
me pone muy nerviosa, tiene la obligación de actuar en consecuencia, de
dar ejemplo, de ser coherente y eso es poco humano y muy aburrido-. No
hay que fiarse nunca de un sabihondo de ideas fijas, ni tampoco de mí,
aunque te diga esto con mucha convicción, precisamente por eso, porque
lo digo con mucha convicción: ojo.
No creo en dios
ni en los padres todopoderosos
creadores de cielos y de tierras
de plazas de toros y de puticlubs de carretera.
No creo en jesucristo pero me gustan los pantocrátores porque me da a mí que en sus dos deditos levantados hay un mensaje subliminal que aún no se ha descifrado y porque tienen algo de bobalicón que me enternece mucho.
No creo en los embarazos por la obra y gracia del espíritu santo porque eso no hay quien se lo crea.
Creo en los motes y en las palabras divertidas como Poncio Pilato que si lo pilla Gloria Fuertes lo hace piloto.
Creo en el descenso a los infiernos porque lo conozco y es mentira que hace calor. En el infierno hace frío.
Creo en el ascenso a los cielos, en la autosalvación, en el humor.
Creo en los locos, en los orgasmos múltiples y en los zurdos
Creo en la destreza de la uña larga de los chinos
Creo en la resurrección de algunos muertos,
y en la resurrección de las carnes con todos sus pecados.
Jamón
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